El llamado
El principio de los fenomenos lo marcaron primero unas sombras que iban de un cuarto a otro y en ocasiones atravesaban la pared ante la atonita mirada de los moradores de la casa, que de alguna forma se fueron acostumbrando a esa clase de vida. En los ultimos años, estos pequeños fenomenos sobrenaturales se hicieron mas frecuentes, a raiz de la abuela encontro un muñeco de trapo con la cara fabricada en vinilo. Era bonito y singular. La anciana jamas habia visto uno que se le pareciera y al verlo tirado en la calle decidio llevarselo a casa.
Al llegar el muñeco a la casa la situacion cambio radicalmente. Con frecuencia las luces y los aparatos electricos se encendian y apagaban solos, y en varias ocasiones los muebles cayeron sin razon aparente. En ocasiones una mujer vestida de blanco se asomaba por la ventana de la habitacion de la abuela, cosa poco razonable tomando en cuenta que la abuela y nieto vivian en el segundo nivel llego el momento en que las cosas se volvien tan graves que era imposible dormir en la casa. En la madrugada las camas se movian solas y los fenomenos extraños a los que estaban acostumbrados se intensificaron. La familia vivia un verdadero infierno. Cierto dia, al no soportar mas doña Cecilia la terrible situacion, en un acto desesperado se corto las venas con la intencion de morir, algo que la oportuna intervencion de los servicios medicos lo impidio.
La situación continuaba tensa y llego el momento en que la abuela y el nieto pasaban casi todo el tiempo en la calle. Solo entraban a la casa cuando estaban muy cansados y en contadas ocasiones lograban conciliar el sueño y descansar sin ser molestados.
Asi, la salud y el animo de estas personas cada dia se veia mas debilitado, y en consecuencia su situacion economica era cada vez mas precaria. Sin explicacion alguna despidieron al nieto de su empleo. Transcurrieron semanas y no lograba encontrar trabajo, lo que obligo a la abuela a vender gelatinas y tamales en la calle. Una noche en que se disponian a dormir escucharon un estruendo terrible que venia de la sala. Alarmados, se levantaron y encontraron que uno de los muebles, el que tenia infinidad de objetos decorativos, se habia ido al suelo y casi todo se habia roto. El miedo se apodero de ellos cuando la sala comenzo a ponerse fria y aparecio un fuerte olor a podrido.
Nunca habia ocurrido algo tan grave en la casa y esto tenia a la familia desconcertada y espantada. El nieto levanto el mueble para recuperar algunos objetos que no se hubieran roto y se dio cuenta de que el muñeco estaba debajo, pero le habia cambiado la cara. Mostraba un rostro malvado, el ceño fruncido, ojos crecidos y mirada agresiva, y desde luego, sonrisa sarcastica.
La abuela, al darse cuenta, no soporto la impresion y se desmayo. Entonces el joven, creyendo que el culpable de todo era el maldito muñeco, lo arrojo por la ventana.
Increíblemente, al ser lanzado el muñeco emitio un alarido horrible, que llego a los oidos de los vigilantes del fraccionamiento, quienes acudieron a ver que sucedia, el nieto les pidio ayuda, ya que su abuela habia perdido el sentido. Le aplicaron alcohol y finalmente la mujer desperto.
Una vez reestablecida su abuela, el joven relato a los vigilantes lo ocurrido. Ellos cruzaron miradas y sonrieron, lo cual significaba que le creian. Le preguntaron al joven si se encontraba bien, si habia ingerido alguna bebida o drogas que lo trastornaran. La respuesta energica del nieto fue:
- no señores, ni tomo ni soy drigadicto. Si quieren vamos a la planta baja para que vean al muñeco y crean lo que digo.
Y asi lo hicieron. A los vigilantes los acompañaba un pastor aleman y al llegar a donde se supone estaba tirado el muñeco, habia desaparecido. Buscaron en los alrededores y en cierto momento el perro se inquieto y comenzo a ladrear desesperadamente frente a unos arbustos. El animal se acerco a las plantas y regreso aullando como si alguien lo hubiera golpeado.
Los vigilantes y el joven se acercaron al matorral y al iluminar con sus linternas, se llevaron una gran sorpresa cuando vieron que el muñeco, que media escasos cuarenta centimetros, corria como si tuviera vida propia. Uno de los guardianes exclamo:
- Dios mio, no puede ser! Es el Diablo!
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