Canibalismo
Caníbales
Caníbales con restos humanos
Los cadáveres de los jesuitas Brebeuf y Lallemant mutilados por los iroqueses
Yo he comido de ello
Canibalismo: la sola idea
repugna, espanta y hasta provoca cierta incredulidad. Resulta tranquilizador
pensar que esta práctica sólo puede darse en lugares remotos, en pueblos
salvajes, sin embargo, la antropofagia se encuentra también enraizada en nuestra
"civilizada" sociedad. A las pruebas nos remitimos...
La práctica del canibalismo se
pierde en la noche de los tiempos. Desde luego, existía mucho antes de que los
españoles arribaran al Caribe, y la raíz de este término fuese desvirtuada:
carib-calib-canib=caníbales. Esta práctica se ha consumado desde hace más de
medio millón de años, y en lugares muy dispares. Investigadores como Loeb
afirman que el canibalismo era muy frecuente en África central, mientras que en
la parte occidental del continente la ingestión de carne humana iba, además,
precedida de sacrificios rituales. Y es que antaño existían dos motivos por los
que un ser humano decidía comerse a otro: por hambre (en los pueblos más
primitivos) o como consecuencia de un ritual (pueblos más avanzados).
En Sudamérica hay pruebas de la
existencia de un canibalismo tanto gastronómico como ritual. La importancia de
este tipo de banquetes radica en que contribuían a estrechar lazos de unión
entre los participantes. No obstante, en los casos de canibalismo ritual
únicamente se invitaba a los mandatarios y a los parientes. En el valle del
Cauca (Colombia) el canibalismo no tenía connotaciones religiosas y esta
práctica -no deja de ser curioso- se extendió en emplazamientos en los que
existían abundancia de alimentos de origen animal y cereal. Son varios los
investigadores, entre ellos González Torres, que defienden que el canibalismo
se producía en numerosas áreas simplemente -y aunque pueda sonarnos espantoso-
por el mero gusto de consumir carne humana.
En Australia, la cuestión sería
diferente, porque allí se dieron condiciones de extrema escasez de alimentos,
dando lugar a frecuentes casos de endocanibalismo; esto es, que en ocasiones
las madres se comían junto a sus hijos, al bebé que acababa de dar a luz.
En cuanto a otros lugares en los
que también se practicó la antropofagia, no debemos olvidar las islas Salomón,
las paradisiacas Fiji, en Nueva Guinea -los papúas por ejemplo, metían a los
muertos en cabañas y una vez que se habían llenado de gusanos los devoraban-,
en el archipiélago de Nueva Irlanda y en multitud de otras tierras. En la
compleja sociedad meda parece que se practicaba el canibalismo ritual y no el
gastronómico (si se dio este último, pudo ser en contadas ocasiones).
El conocimiento de esta última
cultura se hace indispensable si deseamos entender -en ningún caso justificar-
el por qué de los sacrificios humanos y de la posterior antropofagia ritual que
se realizaba sobre las víctimas. El sacrificio humano era un rito tendente a
conseguir un fin. Se trataba de una acción simbólica mediante la cual se creía
posible intervenir en el mundo de lo sobrenatural. Se pensaba que la muerte de
un ser humano, traía como resultado que la víctima abandonase este mundo y
entrara en un estadio intermedio (entre el mundo real y el sobrenatural o
"virtual", si se prefiere el término). Al matar a una persona de
forma violenta, siguiendo un ritual, los sacrificadores estaban convencidos de
que se producía la liberación de una energía -no confundir con el concepto de
alma-, que si era manejada por las personas elegidas, sacerdotes, reyes y altos
mandatarios, podía ser encauzada para conseguir beneficios personales o para la
comunidad. En realidad sería un flujo, una corriente poderosa que existiría en
todo el Universo, aunque en determinadas circunstancias ciertos seres y objetos
estarían más cargados de ella. Esta creencia se ha producido en numerosos
pueblos y los nombres que se le ha dado a esa "energía" son
distintos: Mana (Polinesia), numen (romanos primitivos), téotl (mexicas), etc.
Hablamos pues de un concepto bastante generalizado.
Para conseguir recargar el mana,
había que introducir un nuevo elemento: el alimento, que no sólo era
proporcionado introduciendo sangre humana en la boca de los ídolos, sino que
podía obtenerse consumiendo partes específicas del cuerpo de la víctima. La
sangre era una de ellas pero, debido a su gran valor no podía ser consumida por
todos, ya que -según la creencia-, los individuos comunes no soportarían su
enorme poder y -en el mejor de los casos- su consumo les conduciría a la
locura. Otras partes cargadas de mana serían el corazón, la cabeza, los
muslos... Los reyes y sacerdotes (por este orden) por ejemplo, tenían más mana.
Es interesante resaltar que en el
caso del canibalismo ritual era necesario que éste se celebrara en determinadas
condiciones. De no ser así, dejaría de ser aceptado por la comunidad para
convertirse en un crimen. Un razonamiento provisto, como se observa, de una
doble moral pues la acción no deja de ser la misma.
Los mexicas, por ejemplo tras las
guerras, retiraban los cadáveres de los suyos del campo de batalla.
Antropológicamente se define esta acción como una forma de preservación ante el
hecho de que otros pueblos pudiesen comerse a sus compañeros, lo que era
considerado como un insulto. En Centroamérica, el canibalismo ritual era un
privilegio destinado a unos pocos, entre ellos los guerreros tequihua que
ostentaban este dudoso "honor". Los niños y cautivos eran
despedazados y se repartían sus trozos entre los nobles y los dirigentes de la
guerra. Según Oviedo, a Motecuhhzoma le servían carne humana entre los más de
tres mil platos que se le presentaban como manjares más preciados.
Es difícil establecer si existía
discriminación en cuanto a la edad o el sexo o a la hora de consumir tan
peculiar manjar. Se comentaba que si algún niño nacía con ronchas era un antojo
por haber comido su madre carne humana o de algún perro, lo que nos hace pensar
que las mujeres, en este caso al menos, no estaban discriminadas.
Sin embargo, para muchos pueblos
existía un tabú a la hora de comerse a un pariente, a alguno de su propio grupo
étnico o a un enfermo contagioso, como se describe en la Relación de Michoacán.
Allí se nos explica que Tiriácuri, rey de los tarascos, sacrificó a un
sacerdote llamado Naca, que procedía de otro pueblo vecino con el que tenía
discrepancias, y queriendo hacer una ofensa envió el cuerpo del sacerdote al
rey rival. Zurumban, el rey al que se pretendía hacer objeto de la afrenta,
llamó a las mujeres y ordenó que cocinaran el "regalo" del que
después comieron. Una vez hubieron terminado el festín, un mensajero de los
tarascos les indicó cuál era la verdadera procedencia del cadáver:
"Zurumban quedó en el patio vomitando la carne, y no la pudieron echar ya
que estaba asentada en el estómago y vientre". Este pasaje viene a
reforzar el argumento esbozado líneas atrás. En Nicaragua, sucedía igual y en
otros tantos lugares. El asco, como vemos, no lo provoca el consumo de la carne
humana, sino el conocer que el cadáver que habían devorado fuese un miembro de
su propia comunidad.
La distribución del cuerpo se
realizaba más o menos como sigue: El cadáver de la víctima se repartía en
tantas partes como guerreros habían participado en su captura (un máximo de
seis). Los muslos y brazos eran muy apreciados. También las manos y pies eran
-según parece- muy sabrosos. Las cabezas y corazones sólo podían ser ingeridos
por los sacerdotes. En Nueva Zelanda, el sacerdote comía también el corazón, en
África eran los jefes quienes comían este órgano vital que les trasmitiría el
mana. En Shekiam (Senegal), el sacerdote prefería el hígado. Estaban
persuadidos de que si el rey o el sacerdote comían el corazón del guerrero más
valeroso capturado, supuestamente adquiría esa cualidad: la valentía, en este
caso. La sangre estaba destinada a los dioses y no se ingería. Sólo aquellos
pueblos más primitivos lo hacían.
Según la víctima la preparación
gastronómica era diferente. Los mexicas por ejemplo, la solían cocinar con maíz
y sal -sin chile-. Pero los prisioneros y los niños ofrecidos a Tlaloque
(deidad relacionada con el agua) eran preparados con tallos de calabaza y
flores. Además, como si se tratara del cuento de Hänsel y Gretel, escrito por
los hermanos Grimm, -quienes probablemente se inspiraron para escribirlos en
muchos de estos ritos- se les hacia engordar en la mayoría de los casos para
que el festín fuese aún más satisfactorio al paladar. Afirman que su sabor
recordaba a la carne de puerco. En las sociedades mas primitivas la carne se
repartía entre todos (no había ritual) y cuan mayor era el nivel cultural
aumentaba proporcionalmente la jerarquización en el reparto. Solamente los
elegidos podían "disfrutar" con el poder que se transmitía a través de
la carne.
No se trata de una cuestión que
el lector se plantee a diario. Tal vez, nunca lo haya hecho, pero ¿qué pasaría
si por determinadas circunstancias nos viésemos en la disyuntiva de comer carne
humana para poder sobrevivir? No hablamos de asesinar para comer, sino algo
parecido a lo que sucedió el 13 de octubre de 1972 cuando un avión Fair-child
F-H 227 de las Fuerzas Aéreas Uruguayas se estrelló durante el vuelo que
realizaba entre Mendoza (Argentina) y Santiago de Chile. La aeronave, pilotada
por el coronel Julio Ferradas y el teniente coronel Dante Laguar, se estrelló
en plena cordillera de los Andes. En el impacto, en medio de la nieve y el
hielo, perdieron la vida veintidós de los cincuenta ocupantes que viajaban en
aquel infortunado aparato. Después -como escuchamos en Madrid de labios de uno
de los supervivientes, Gustavo Zerbino-se produciría un alud que mató a nueve
personas más... En este caso ¿qué haríamos? Ellos optaron por comerse los
cuerpos de algunos de los fallecidos para poder sobrevivir, al tiempo que
escuchaban por un pequeño transmisor que las autoridades habían suspendido la
búsqueda del avión. Las palabras de Zerbino en 1990 nos sobrecogieron. A pesar
de lo expuesto, no todos los pasajeros pudieron vencer el tabú de la
antropofagia, como en el caso de Numa Turcati que no se sintió capaz y se dejó
morir de hambre... ¿Usted qué hubiera hecho en su lugar? Quizá haya que
encontrarse en una situación semejante para encontrar la respuesta.
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