viernes, 17 de julio de 2015

Canibalismo

Canibalismo




Caníbales
Caníbales con restos humanos
Los cadáveres de los jesuitas Brebeuf y Lallemant mutilados por los iroqueses
Yo he comido de ello


Canibalismo: la sola idea repugna, espanta y hasta provoca cierta incredulidad. Resulta tranquilizador pensar que esta práctica sólo puede darse en lugares remotos, en pueblos salvajes, sin embargo, la antropofagia se encuentra también enraizada en nuestra "civilizada" sociedad. A las pruebas nos remitimos...


La práctica del canibalismo se pierde en la noche de los tiempos. Desde luego, existía mucho antes de que los españoles arribaran al Caribe, y la raíz de este término fuese desvirtuada: carib-calib-canib=caníbales. Esta práctica se ha consumado desde hace más de medio millón de años, y en lugares muy dispares. Investigadores como Loeb afirman que el canibalismo era muy frecuente en África central, mientras que en la parte occidental del continente la ingestión de carne humana iba, además, precedida de sacrificios rituales. Y es que antaño existían dos motivos por los que un ser humano decidía comerse a otro: por hambre (en los pueblos más primitivos) o como consecuencia de un ritual (pueblos más avanzados).

En Sudamérica hay pruebas de la existencia de un canibalismo tanto gastronómico como ritual. La importancia de este tipo de banquetes radica en que contribuían a estrechar lazos de unión entre los participantes. No obstante, en los casos de canibalismo ritual únicamente se invitaba a los mandatarios y a los parientes. En el valle del Cauca (Colombia) el canibalismo no tenía connotaciones religiosas y esta práctica -no deja de ser curioso- se extendió en emplazamientos en los que existían abundancia de alimentos de origen animal y cereal. Son varios los investigadores, entre ellos González Torres, que defienden que el canibalismo se producía en numerosas áreas simplemente -y aunque pueda sonarnos espantoso- por el mero gusto de consumir carne humana.

En Australia, la cuestión sería diferente, porque allí se dieron condiciones de extrema escasez de alimentos, dando lugar a frecuentes casos de endocanibalismo; esto es, que en ocasiones las madres se comían junto a sus hijos, al bebé que acababa de dar a luz.

En cuanto a otros lugares en los que también se practicó la antropofagia, no debemos olvidar las islas Salomón, las paradisiacas Fiji, en Nueva Guinea -los papúas por ejemplo, metían a los muertos en cabañas y una vez que se habían llenado de gusanos los devoraban-, en el archipiélago de Nueva Irlanda y en multitud de otras tierras. En la compleja sociedad meda parece que se practicaba el canibalismo ritual y no el gastronómico (si se dio este último, pudo ser en contadas ocasiones).



El conocimiento de esta última cultura se hace indispensable si deseamos entender -en ningún caso justificar- el por qué de los sacrificios humanos y de la posterior antropofagia ritual que se realizaba sobre las víctimas. El sacrificio humano era un rito tendente a conseguir un fin. Se trataba de una acción simbólica mediante la cual se creía posible intervenir en el mundo de lo sobrenatural. Se pensaba que la muerte de un ser humano, traía como resultado que la víctima abandonase este mundo y entrara en un estadio intermedio (entre el mundo real y el sobrenatural o "virtual", si se prefiere el término). Al matar a una persona de forma violenta, siguiendo un ritual, los sacrificadores estaban convencidos de que se producía la liberación de una energía -no confundir con el concepto de alma-, que si era manejada por las personas elegidas, sacerdotes, reyes y altos mandatarios, podía ser encauzada para conseguir beneficios personales o para la comunidad. En realidad sería un flujo, una corriente poderosa que existiría en todo el Universo, aunque en determinadas circunstancias ciertos seres y objetos estarían más cargados de ella. Esta creencia se ha producido en numerosos pueblos y los nombres que se le ha dado a esa "energía" son distintos: Mana (Polinesia), numen (romanos primitivos), téotl (mexicas), etc. Hablamos pues de un concepto bastante generalizado.



Para conseguir recargar el mana, había que introducir un nuevo elemento: el alimento, que no sólo era proporcionado introduciendo sangre humana en la boca de los ídolos, sino que podía obtenerse consumiendo partes específicas del cuerpo de la víctima. La sangre era una de ellas pero, debido a su gran valor no podía ser consumida por todos, ya que -según la creencia-, los individuos comunes no soportarían su enorme poder y -en el mejor de los casos- su consumo les conduciría a la locura. Otras partes cargadas de mana serían el corazón, la cabeza, los muslos... Los reyes y sacerdotes (por este orden) por ejemplo, tenían más mana.

Es interesante resaltar que en el caso del canibalismo ritual era necesario que éste se celebrara en determinadas condiciones. De no ser así, dejaría de ser aceptado por la comunidad para convertirse en un crimen. Un razonamiento provisto, como se observa, de una doble moral pues la acción no deja de ser la misma.



Los mexicas, por ejemplo tras las guerras, retiraban los cadáveres de los suyos del campo de batalla. Antropológicamente se define esta acción como una forma de preservación ante el hecho de que otros pueblos pudiesen comerse a sus compañeros, lo que era considerado como un insulto. En Centroamérica, el canibalismo ritual era un privilegio destinado a unos pocos, entre ellos los guerreros tequihua que ostentaban este dudoso "honor". Los niños y cautivos eran despedazados y se repartían sus trozos entre los nobles y los dirigentes de la guerra. Según Oviedo, a Motecuhhzoma le servían carne humana entre los más de tres mil platos que se le presentaban como manjares más preciados.

Es difícil establecer si existía discriminación en cuanto a la edad o el sexo o a la hora de consumir tan peculiar manjar. Se comentaba que si algún niño nacía con ronchas era un antojo por haber comido su madre carne humana o de algún perro, lo que nos hace pensar que las mujeres, en este caso al menos, no estaban discriminadas.

Sin embargo, para muchos pueblos existía un tabú a la hora de comerse a un pariente, a alguno de su propio grupo étnico o a un enfermo contagioso, como se describe en la Relación de Michoacán. Allí se nos explica que Tiriácuri, rey de los tarascos, sacrificó a un sacerdote llamado Naca, que procedía de otro pueblo vecino con el que tenía discrepancias, y queriendo hacer una ofensa envió el cuerpo del sacerdote al rey rival. Zurumban, el rey al que se pretendía hacer objeto de la afrenta, llamó a las mujeres y ordenó que cocinaran el "regalo" del que después comieron. Una vez hubieron terminado el festín, un mensajero de los tarascos les indicó cuál era la verdadera procedencia del cadáver: "Zurumban quedó en el patio vomitando la carne, y no la pudieron echar ya que estaba asentada en el estómago y vientre". Este pasaje viene a reforzar el argumento esbozado líneas atrás. En Nicaragua, sucedía igual y en otros tantos lugares. El asco, como vemos, no lo provoca el consumo de la carne humana, sino el conocer que el cadáver que habían devorado fuese un miembro de su propia comunidad.

La distribución del cuerpo se realizaba más o menos como sigue: El cadáver de la víctima se repartía en tantas partes como guerreros habían participado en su captura (un máximo de seis). Los muslos y brazos eran muy apreciados. También las manos y pies eran -según parece- muy sabrosos. Las cabezas y corazones sólo podían ser ingeridos por los sacerdotes. En Nueva Zelanda, el sacerdote comía también el corazón, en África eran los jefes quienes comían este órgano vital que les trasmitiría el mana. En Shekiam (Senegal), el sacerdote prefería el hígado. Estaban persuadidos de que si el rey o el sacerdote comían el corazón del guerrero más valeroso capturado, supuestamente adquiría esa cualidad: la valentía, en este caso. La sangre estaba destinada a los dioses y no se ingería. Sólo aquellos pueblos más primitivos lo hacían.

Según la víctima la preparación gastronómica era diferente. Los mexicas por ejemplo, la solían cocinar con maíz y sal -sin chile-. Pero los prisioneros y los niños ofrecidos a Tlaloque (deidad relacionada con el agua) eran preparados con tallos de calabaza y flores. Además, como si se tratara del cuento de Hänsel y Gretel, escrito por los hermanos Grimm, -quienes probablemente se inspiraron para escribirlos en muchos de estos ritos- se les hacia engordar en la mayoría de los casos para que el festín fuese aún más satisfactorio al paladar. Afirman que su sabor recordaba a la carne de puerco. En las sociedades mas primitivas la carne se repartía entre todos (no había ritual) y cuan mayor era el nivel cultural aumentaba proporcionalmente la jerarquización en el reparto. Solamente los elegidos podían "disfrutar" con el poder que se transmitía a través de la carne.

No se trata de una cuestión que el lector se plantee a diario. Tal vez, nunca lo haya hecho, pero ¿qué pasaría si por determinadas circunstancias nos viésemos en la disyuntiva de comer carne humana para poder sobrevivir? No hablamos de asesinar para comer, sino algo parecido a lo que sucedió el 13 de octubre de 1972 cuando un avión Fair-child F-H 227 de las Fuerzas Aéreas Uruguayas se estrelló durante el vuelo que realizaba entre Mendoza (Argentina) y Santiago de Chile. La aeronave, pilotada por el coronel Julio Ferradas y el teniente coronel Dante Laguar, se estrelló en plena cordillera de los Andes. En el impacto, en medio de la nieve y el hielo, perdieron la vida veintidós de los cincuenta ocupantes que viajaban en aquel infortunado aparato. Después -como escuchamos en Madrid de labios de uno de los supervivientes, Gustavo Zerbino-se produciría un alud que mató a nueve personas más... En este caso ¿qué haríamos? Ellos optaron por comerse los cuerpos de algunos de los fallecidos para poder sobrevivir, al tiempo que escuchaban por un pequeño transmisor que las autoridades habían suspendido la búsqueda del avión. Las palabras de Zerbino en 1990 nos sobrecogieron. A pesar de lo expuesto, no todos los pasajeros pudieron vencer el tabú de la antropofagia, como en el caso de Numa Turcati que no se sintió capaz y se dejó morir de hambre... ¿Usted qué hubiera hecho en su lugar? Quizá haya que encontrarse en una situación semejante para encontrar la respuesta.


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